Lácteos La Familia Retorto

Omar Silletta, coleccionista de botellas e historias

A lo largo de más de medio siglo al frente de su comercio, ha tratado con personas de todas las clases sociales y oficios. Algunos de los habitués son la cuarta generación de clientes en sus familias. Su colección de latas, botellas y objetos asciende a más de 2000 unidades.

El “Boliche de Silletta” es un tradicional Bar de Copas con más de 60 años de trayectoria en el rubro, ya que inició su actividad comercial el 2 de enero de 1955.

Su propietario, Omar Silletta, tenía 9 años cuando con $30000 de su tío compraron el Boliche de San Pedro para su padre, sin que este lo supiera, porque se encontraba internado en Buenos Aires con problemas de salud.

“Mi mamá también estaba en Buenos Aires acompañando a mi papá –cuenta Silletta–, así que nos cuidaba Pedro “El Escobero” a mi hermano que tenía 8 años y a mí”. Pedro “El Escobero” debía su apodo al oficio que desempeñaba, y era un reconocido vecino del barrio “Puchero de Oveja” en el Salliqueló de aquellos años.

El Boliche comenzó a funcionar en el local lindero al lugar donde se encuentra en la actualidad, y hasta que el padre de Omar regresó de su internación en Buenos Aires fue atendido por Juan Succurro. Estaba integrado a la casa del antiguo dueño y como la familia Silletta vivía en el barrio “Puchero de Oveja”, intercambiaron las viviendas con él para no tener que ir y venir.

“Era una casa común con un salón al frente, una pieza grande, la cocina, y el lavadero que lo usábamos de depósito para algunas cosas, otras quedaban afuera al aire libre. Ahí vivíamos entre medio de los cajones”, recuerda Omar.

En las cercanías había un conventillo, y el Boliche lo abastecía funcionando como almacén de ramos generales. En esa época el vino venía en bordalesas y había que lavar botellas para llenarlas, usaban una medida de 10 litros donde por cada 9 partes de vino se agregaba una de agua: “No era para mayor ganancia sino para aclararlo un poco, venía muy espeso y con esa medida de agua quedaba espectacular” asegura.

De esa y otras tareas comenzó a encargarse a partir de los 12 años: “la mercadería llegaba en cajones y yo hacía de todo, llenaba botellas con querosene porque se vendía por litro, también con nafta blanca para las planchas, de un litro de extracto hacia 10 litros de lavandina, de todo un poco”.

Al regresar del Servicio Militar en 1968, Omar construyó las instalaciones donde funciona el Boliche en la actualidad, su padre tenía la salud deteriorada y al año siguiente falleció, quedando él a cargo del comercio.

“Soy un agradecido al boliche por haber conocido tanta gente”
A lo largo de más de medio siglo al frente de su comercio, ha tratado con personas de todas las clases sociales y oficios, y algunos de los habitués son la cuarta generación de clientes en sus familias.

“Estoy en un lugar donde se escuchan muchas historias, lo que no lo viví me lo contaron” afirma, aunque aclara que “con el tiempo toda historia termina por tener parte de verdad y parte de mentira, porque cada uno que la cuenta la va acomodando un poco”.

En la época en que comenzaron a trabajar había en Salliqueló alrededor de 10 pequeños  boliches, pero el de Silletta contaba con algunas ventajas; fue el primero en tener heladera, había una radio y una estufa. Eso hizo que la clientela se diversificara y fuera mayor.

“La heladera era una Empire de madera con 4 puertas, el 'Almacén Ingles' había comprado una nueva y entregó esa, entonces 'El Gringo' Mateucci, que era muy amigo de mi papá, la trajo para nosotros. Para que la vayamos pagando como pudiéramos”, explica.

“La estufa era una Volcán y teníamos dos, porque el querosene era tan malo que se tapaba el gasificador, así que mi papá las cambiaba y me mandaba a lo de Don Cafaso, él se dedicaba a reparar todo tipo de cosas”.

Recuerda que la radio atraía mucha gente y que cuando se prendía había que apagar la heladera, porque hacia tanto ruido que era imposible escuchar: “Este era un barrio humilde y no había radios, entonces de 12 a 13 hs venían a escuchar la novela y no volaba ni una mosca. Se volvía a encender a las 19 hs para escuchar un programa que se llamaba 'Son cosas de esta vida', después seguía 'Glostora Tango Club' con la orquesta de Alfredo de Angelis y de 21 a 22 hs 'Los Pérez García', que lo escuchaba todo el mundo”.

Si bien el boliche siempre trabajó bien y nunca le faltó clientela, frente al local hay una cancha de bochas en desuso a la cual mantiene por cariño, porque según relata lo ayudó mucho en la parte económica allá por 1985.

En la actualidad, además del sector donde habitualmente se juega a los naipes, hay detrás un salón con una mesa de pool, conserva como reliquias un billar gol y un juego de sapo, y supo haber juego de dardos y hasta una mesa de ping pong.

Durante veinte años, todos los días, el boliche abrió sus puertas entre las 06:00 y las 02:00 hs: “Ahora recortamos un poco los horarios pero antes con mi esposa, entre los dos, atendíamos 20 hs al día, yo me tiraba a descansar un poco y quedaba ella a cargo, porque teníamos dos hijos estudiando en Bahía Blanca y había que hacer el esfuerzo”.

“Con el tiempo las cosas fueron cambiando –reflexiona–, mi comercio siempre fue 'El Boliche de Silletta', ahora boliche es el lugar donde se va a bailar y lo mío es un bar. Pero para mí, aunque está mal visto, sigue siendo boliche”.

En ese sentido, explica que la definición de la palabra boliche, según la Real Academia Española, es “negocio de poca importancia”, y que el rubro siempre tuvo mala fama: “No es recomendable porque hay que aguantarse muchas cosas. Pasé épocas donde hubo gente brava, que no molestaba a nadie pero si los molestabas a ellos había problemas, incluso me he llevado alguna 'zamarreda', pero por suerte nunca nada grave”.

A pesar de eso, cuenta que le han hecho ofertas para comprarle o alquilarle el comercio y ni siquiera las tuvo en cuenta: “Yo la paso bien acá (en su boliche), y aunque sea a la rastra voy a seguir viniendo, siempre hay clientes y me encargo de todo; lavo desde los baños hasta las copas, compro, vendo y atiendo, que no me digan de salir afuera porque me enferma, si puedo mando a otro”.

 “No voy a coleccionar estampillas si nunca escribí una carta”
Con esa frase, Omar se refiere a la colección que engalana su boliche, de la cual habla con pasión y muestra orgulloso. Está compuesta por relojes, adornos, armas antiguas, vasos, cuadros, carteles, sifones, y sobre todo latas y botellas de diferentes épocas, tamaños y procedencias. En la actualidad, el número total de objetos que la conforman asciende a más de 2000.

Es habitual que los clientes y conocidos le acerquen nuevas unidades traídas de viajes al exterior, además se ocupa de conseguir latas y botellas actuales, por lo que la colección se encuentra en constante crecimiento, y lleva con esmero un detallado registro que actualiza con cada incorporación.

Para Omar, la joya de la colección es una camiseta de Boca autografiada por los jugadores del equipo multicampeón de la era de Carlos Bianchi, se la regaló uno de los integrantes de aquel plantel; el quenumense José María “Pampa” Calvo, y se encuentra enmarcada y exhibida en el espacio de atención al público.

Entre las botellas, destaca una de cerveza, hecha de barro y de procedencia holandesa: “Debe tener más de 100 años –calcula–, tenía 2 pero una me la robaron. Esa botella es la más destacada por lo antigua, y porque muy poca gente sabe que la cerveza venia en botella de barro”.

También cuenta con una serie de 12 botellas de Coca Cola dedicadas a los Juegos Olímpicos y atesora 9 sifones, que pertenecieron a cada uno de los soderos que hubo en Salliqueló desde que funciona el boliche.

Está tan acostumbrado a atender su comercio que dice encandilarse al salir, hace algún tiempo viajó a Salta y conoció el mítico “Boliche de Balderrama”, al que define como “un templo para nosotros, los que estamos en este ramo”. Como anécdota, cuenta que se tuvo que volver del viaje antes de lo previsto, definiendo la situación que atravesó con una frase elocuente: “me pegué una apunada que casi me muero”.